Tras 3 horas de autobús y muerto de hambre, ¡por fin llegué a Málaga!Buscamos un restaurante cercano que estuviese abierto a esas horas, ¿un restaurante asiático? Sí, nos valía.
Así que entramos, pedimos y a los 5 minutos... una cucaracha paseándose por la pared. Llamamos a la camarera:
—Perdona, hay una cucaracha en la pared...
Ella, con una seguridad pasmante mira la cucaracha y ¡ZAS! La coge con su mano y se la lleva al interior del restaurante con toda la dignidad del mundo, mientras todos nos quedamos flipando.
La comida fue un fracaso ya que a partir de ese momento no podía parar de imaginarme el cosquilleo de la cucaracha intentando escapar de la mano de la chica.
Cociné pasta para una cena con amigos y un profesor de la universidad. La hice para darme cuenta de que en lugar de cebolla había puesto ajo y la cantidad de ajo era bestial. No hubo forma de disimular que cocinaba tan poco que había creído que el ajo era una versión de la cebolla.
Aquella fue una tarde inolvidable. Era el cumpleaños de Carlos y una de las pocas ocasiones en las que nos podíamos reunir sin exámenes o trabajos universitarios de por medio. Para semejante ocasión, no podía hacer menos que preparar mi mejor receta: bizcocho de chocolate. Recuerdo como la tarde transcurría entre sonrisas, el timbre, llegadas, un té y el pastel presidiendo la mesa. Mientras jugábamos a cartas llegaron los últimos amigos, encendimos las velas, cantamos, nos abrazamos y por fin, tomamos un pedazo de esa tarta. Todos estábamos preparados para la dulce culminación de nuestra feliz tarde. O quizá, no tanto. De pronto se produjo un silencio y todo el mundo parecía mirar el plato muy concentrado, como tratando de comprender algo que se les escapaba de las manos. Al fin, Daphne preguntó: Bea, ¿Te olvidaste de añadir azúcar?