SOBRE LA BECA ISABEL ALLENDE

Con el objetivo de promover el talento literario sin excepción, nace en 2021 la beca de estudios Isabel Allende, que facilita el acceso de un alumno o alumna al curso online 'Más allá de la escritura'. La convocatoria se activa en junio de 2021 y, en tan solo 2 semanas, se inscriben en ella más 1.600 personas de 40 países distintos. Debido al gran éxito de esta 1.ª edición, Isabel Allende y el equipo de Cursiva deciden lanzar una nueva edición de la beca

La 2.ª edición de la Beca Isabel Allende, como la anterior, cubre el coste de la matrícula para el curso online 'Más allá de la escritura', creado por Cursiva y Penguin Random House Grupo Editorial en colaboración con la escritora Isabel Allende. Esta beca está valorada en 599 €.

Este año, el curso 'Más allá de la escritura' abrirá sus puertas el próximo 10 de octubre, tendrá una duración de 10 semanas y podrá seguirse desde cualquier lugar del mundo. Como en la edición previa, el taller propondrá un viaje a la esencia de la literatura y el escritor como elementos capaces de transformar la sociedad.

Isabel Allende formará parte del claustro de profesores con dos sesiones en vivo. Se unen a un cartel de lujo los autores Elísabet Benavent, Eloy Moreno, Vanessa Montfort, Jon Sistiaga, Sofía Segovia y María Oruña, y el editor David Trías. El curso, además, contará con la escritora Bárbara Gil como tutora.

RESOLUCIÓN DE LA 2.ª EDICIÓN DE LA BECA

Para la inscripción en la 2.ª edición de beca de estudios, los participantes completaron el formulario correspondiente y presentaron un relato inédito, escrito para la ocasión. El tema era libre y escrito en español.

En esta nueva convocatoria, la participación ha sido, de nuevo, excepcional: Más de 1.700 personas, de más de 45 países, han presentado su candidatura a la beca.

Tras una intensa semana de deliberación, un jurado compuesto por miembros del equipo de Cursiva y Penguin Random House Grupo Editorial ha votado y ha escogido finalmente un relato ganador y un relato finalista. Os anunciamos a continuación el texto premiado. 

Relato ganador:

La tierra guardará tus secretos

Autor: Arturo Trapote Moreno

Al final de este artículo puedes leer el texto ganador.

Relato finalista*:
El alma del río

Autor: Juan Vilariño

*En caso de no obtener respuesta del ganador en el plazo designado en las bases legales o que su participación no resultase válida, el premio será asignado automáticamente al relato suplente.

SOBRE EL CURSO

El curso 'Más allá de la escritura' online contará con encuentros en vivo con los escritores Isabel Allende, Elísabet Benavent, Eloy Moreno, Vanessa Montfort, Jon Sistiaga, Sofía Segovia, María Oruña, Bárbara Gil y el editor David Trías.

Cursiva y Penguin Random House Grupo Editorial ponen en marcha la segunda edición de 'Más allá de la escritura', un viaje a la esencia de la literatura y el escritor como elementos capaces de transformar la sociedad y cambiarnos a nosotros mismo.

El curso —que dará comienzo el próximo octubre de 2022 y tendrá una duración de 10 semanas— podrá seguirse en línea desde cualquier lugar del mundo.

'Más allá de la escritura' nos sumergirá en el descubrimiento de las principales técnicas creativas para contar historias y de los elementos narrativos más destacados para empezar a escribir. Nos sorprenderá con el análisis de los principales movimientos literarios actuales y el impacto de la literatura como agente transformador de la sociedad. Finalmente, el programa nos permitirá aprender sobre el proceso de publicación y el mercado del libro.

El curso contará con el seguimiento de la escritora Bárbara Gil como tutora, además de la intervención de grandes figuras de la literatura como los escritores Isabel Allende, Elísabet Benavent, Eloy Moreno, Vanessa Montfort, Jon Sistiaga, Sofía Segovia, María Oruña y el editor David Trías.

EL RELATO GANADOR

LA TIERRA GUARDARÁ TUS SECRETOS.

Por Arturo Trapote Moreno

Cualquier vecino curioso, cuyo paseo encontrara de camino la casa, habría observado una escena cotidiana al echar un cauteloso vistazo a través de la ventana de la cocina. Habría visto una mesa preparada para dos comensales y el perfil de uno de ellos, la madre —pues el vecino sabría que en esa casa viven una madre y su hijo—, sentada muy erguida, con ambos antebrazos apoyados en la mesa y los codos mirando hacia sus costados. Suponiendo que el portador de semejante curiosidad también poseyera cierto decoro, solo habría aminorado el paso lo justo y necesario como para apaciguar, sin llegar a satisfacer, los antojos de su voyeurismo, y solo habría podido concluir que la madre esperaba a que su hijo se sentara para desayunar. De ninguna manera podría haber sabido dicho vecino que, de haber querido, podría haberse quedado mirando un buen rato, pues a la dueña de la intimidad que estaba amenazando con robar ya no le importaba nada; acababa de perder algo mucho más importante. Si se hubiera dado cuenta de que podría haber permanecido allí más rato, dando rienda suelta a su intromisión, alimentándola con los platos de aquella escena, habría visto que esta estaba muy lejos de ser cotidiana. Si se hubiera percatado del estado de shock en el que se encontraba aquella mujer y hubiera esperado frente aquella ventana a que el sol se preparara para iluminar el día, habría visto, sin dificultad, que en el interior de la cocina dos ríos de piel blanca descendían por las mejillas de la mujer, atravesando una suciedad que no se había limpiado de la cara. Se fijaría en que casi la totalidad de su rostro estaba manchado de tierra. Podría imaginar que sentiría la cara tirante bajo aquel maquillaje, pero jamás habría podido deducir que se trataba de una máscara funeraria cuya rigidez, contra la que no se animaba a luchar, la ayudaba a ocultar el dolor que amenazaba con asomarse. Gracias a la mugre que cubría la piel de la cara y de sus manos, y que ya le había jurado guardarle el secreto, podía simplemente quedarse allí sentada.

Ocho horas antes, las noticias ofrecían novedades sobre la desaparición de una estudiante de veintitrés años. Ahora, la cámara de seguridad de una gasolinera había captado su imagen andando por la acera, hablando por el móvil, parando en seco y cambiando de rumbo. Hasta entonces, la madre había esquivado involuntariamente las informaciones sobre el caso, pues se había dado la casualidad de que, en ocasiones anteriores, se había encontrado ocupada. Esta vez sí prestó atención: averiguó su nombre, su edad y la reconstrucción temporal de su noche. Terminó el segmento y volvió a concentrarse en sus tareas mientras la noticia se desvanecía en su memoria.

Cinco horas antes, leía en su cama cuando el ruido de la puerta principal chocando contra la pared la asustó. La escuchó cerrarse de nuevo y los pasos urgentes de su hijo subiendo por la escalera, tropezando. Acostumbrada a los sonidos desplazándose por la casa, pudo prever con acierto que su hijo se presentaría en su habitación, por lo que estaba preparada para recibir noticias desagradables.

Tres horas antes, ya sentía el barro en la cara, producto de la tierra mezclada con las lágrimas. Estaba sentada frente al coche observando, incrédula, la espalda de su hijo mientras cavaba un hoyo. El juego de luces que producían los faros del coche contra su figura producían una gigantesca sombra de su contorno sobre la escena. La situación le trajo recuerdos de la infancia de aquel hombre, a quien había observado en aquella posición jugar en la arena con intereses menos macabros. Se sentía culpable. Ella lo había criado y el amor le había hecho ignorar las señales que, ahora, explicaban la verdadera naturaleza de su hijo. Y ella estaba allí, ayudándole a ocultar su crimen. ¿Qué debía hacer? Parte de su identidad estaba formada por el amor incondicional que sentía por él. ¿Acaso, su complicidad no podía ser perdonada bajo los pretextos de dicho amor? No podía mandarlo a la cárcel. La vida de su hijo y su nombre quedarían arruinados para siempre. El suyo, marcado de por vida. Sin embargo, tampoco podía dejar que volviera a llevar a cabo actos tan atroces. Una terrible idea se formó en su cabeza, y su instinto le dijo que aquel tendría que ser el desenlace de todo aquello. Ella le había dado la vida, y solo ella se la quitaría. Por el bien de ambos, por el de las familias de otras chicas. La tierra guardaría su secreto.

El vecino, que se habría quedado allí auspiciado por la intimidad de un seto esperando para saber qué pasaría después, habría notado que la mujer, finalmente, sonreía al infinito. No podría deducir, sin embargo, que dicha mueca era su reacción vengativa ante la ironía que suponía el despertar de su antiguo dolor de ciática: lo había sentido por primera vez hacia el final del embarazo, cuando había estado formándose la vida de su hijo en el interior de su cuerpo, y volvía a sentirlo ahora, después de cavar su tumba.

Entonces, aquel curioso vería a la mujer levantarse y poner su cuerpo a interactuar con su entorno de la manera más natural. La vería recoger los platos, lavarse las manos, bostezar y apagar la luz al salir para subir a su habitación. Quedaría oculto a su vista, y a la de todo el mundo, la resolución que había tomado: la de vivir por y para proteger el nombre de su hijo. De ahora en adelante, llevaría una vida recluida en la soledad que se erige en torno a los secretos y los remordimientos, y, por toda compañía y consuelo, tendría la convicción de que, aun alto, aquel era un precio justo para proteger la fama de un hijo cuya verdadera naturaleza monstruosa no constituía, en ningún caso, un obstáculo para seguir queriéndolo hasta el final de sus días.