Por primera vez en la historia, un escritor fue invitado por el Vaticano a acompañar al papa Francisco en un viaje oficial. Javier Cercas, autor de Soldados de Salamina y El impostor, aceptó la propuesta con la certeza de estar ante una oportunidad irrepetible. ¿El resultado? El loco de Dios en el fin del mundo, un libro híbrido, inclasificable, en el que se mezclan crónica, ensayo, autobiografía, novela sin ficción y reflexión íntima sobre la espiritualidad y la muerte.

Conversamos con Cercas sobre el origen de esta obra, su proceso de escritura, su visión del papa como personaje literario y su forma de entender la literatura como una búsqueda de sentido.

El loco de Dios en el fin del mundo parte de un viaje real con el papa Francisco a uno de los lugares más extremos del planeta. ¿Cómo se transforma una experiencia tan personal y concreta en una obra literaria? ¿Cuál fue el punto de partida narrativo?

Lo cuento al principio del propio libro: el Vaticano me ofreció acompañar al papa Francisco en un viaje a Mongolia; también me ofreció abrirme de par en par sus puertas, para hablar con quién quisiese, preguntar lo que quisiese, ver lo que quisiese y al final escribir lo que quisiese. Es una oportunidad que la Iglesia católica no le había ofrecido a ningún escritor en la historia —y mucho menos a un escritor ateo como yo—, y que no sé si le volverá a ofrecer a alguno. No sé por qué me la dieron a mí; lo único que sé es que ningún escritor en su sano juicio —sea ateo, creyente o mediopensionista— hubiera rechazado semejante ofrecimiento: al fin y al cabo, la Iglesia católica ha sido totalmente determinante para Europa —o más bien para Occidente— en los últimos dos mil años. Pero, además de esa oportunidad, había una necesidad, una necesidad íntima relacionada con mi madre, una creyente rocosa que, tras la muerte de mi padre, estaba convencida de que iba a verlo después de la muerte, como su religión le había prometido. Cuando una oportunidad única y una necesidad única se conjugan, ya tienes la posibilidad de escribir un buen libro. En cuanto a la transformación de una experiencia concreta y personal en literatura, si lo piensas bien, eso es exactamente lo que hacemos siempre los novelistas, incluso en una novela sin ficción como esta.

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La mezcla entre crónica, ensayo, novela e incluso confesión parece central en este libro. ¿Qué decisiones formales tomaste desde el inicio y cuáles surgieron en el proceso?

Es difícil decirlo ahora, cuando ya está el libro acabado. Lo que sí supe desde el principio es que el libro iba a ser una novela, y también que iba a ser una novela sin ficción. ¿Para qué inventar nada pudiendo entrar en un lugar tan hermético como el Vaticano, en una institución tan extraña como la Iglesia católica? ¿Cómo voy a inventarme algo más extraordinario que la única institución que, mientras imperios que parecían eternos han caído, ha continuado en pie durante dos mil años?

Tal vez también comprendí desde el principio que el libro iba a ser un libro mestizo, híbrido, que en parte es crónica, en parte ensayo, en parte biografía, en parte autobiografía y en parte no sé cuántas cosas más. Pero que al final sería lo que es: una novela. Porque la novela, tal y como yo la entiendo, posee la extraordinaria capacidad de integrar en sí misma todos los demás géneros, y de trascenderlos, convirtiéndolos en algo distinto y superior. Así la inventó en cierto modo Cervantes, y así trato de seguir practicándola yo.

«Tal vez también comprendí desde el principio que el libro iba a ser un libro mestizo, híbrido, que en parte es crónica, en parte ensayo, en parte biografía, en parte autobiografía y en parte no sé cuántas cosas más. Pero que al final sería lo que es: una novela».

¿Cómo abordas la escritura de un libro como este, que combina hechos reales y reflexión personal? ¿Sigues una metodología de trabajo concreta o dejas que el material te lleve?

Planeo e improviso, si te refieres a eso. Al principio tengo un plan, o lo voy elaborando mientras preparo el libro; pero luego, a medida que escribo, ese plan va cambiando, el propio libro te va llevando por caminos que de entrada no preveías. Para mí, escribir un libro es crear un juego cuyas reglas voy averiguando a medida que escribo y el lector debería descubrir a medida que lee.

Pero ningún libro se rige por las mismas reglas: todos mis libros se rigen por reglas distintas, porque en todos intento formular una pregunta compleja de la forma más compleja posible. Y, como la pregunta de cada libro es distinta, la manera de formularla también debe ser distinta. Si dos libros tienen las mismas reglas, uno de los dos es malo. Así que yo no tengo ninguna metodología: invento una metodología para cada libro (o, si se prefiere, cada libro acaba imponiéndome la suya).

El loco de Dios en el fin del mundo, Javier Cercas.

«Un libro intenso y extravagante, sí, pero también memorable». Sergi Pàmies.

El loco de Dios en el fin del mundo es el libro de un escritor en plenitud, que logra convertir una propuesta muy peculiar en un libro magistral.

«Soy ateo. Soy anticlerical. Soy un laicista militante, un racionalista contumaz, un impío riguroso. Pero aquí me tienen, volando en dirección a Mongolia con el anciano vicario de Cristo en la Tierra, dispuesto a interrogarle sobre la resurrección de la carne y la vida eterna. Para eso me he embarcado en este avión: para preguntarle al papa Francisco si mi madre verá a mi padre más allá de la muerte, y para llevarle a mi madre su respuesta. He aquí un loco sin Dios persiguiendo al loco de Dios hasta el fin del mundo».

En tus libros es habitual que la voz narrativa oscile entre lo íntimo y lo político, lo individual y lo colectivo. ¿Cómo trabajas el equilibrio entre lo personal y lo universal?

No lo sé. Lo único que sé con seguridad es que la literatura es lo que convierte lo personal en universal: lo que le ocurre a una sola persona en lo que nos ocurre a todos. Esa es una de las cosas que distingue la literatura del periodismo o de la historia.

Por lo demás, lo colectivo es una dimensión de lo individual sin la cual lo individual está mutilado, igual que el pasado es una dimensión del presente sin la cual el presente está mutilado. Esto tardé muchos años en descubrirlo —de hecho, lo descubrí escribiendo Soldados de Salamina, cuando ya tenía casi cuarenta años—, pero desde entonces no se me ha olvidado.

«Lo único que sé con seguridad es que la literatura es lo que convierte lo personal en universal: lo que le ocurre a una sola persona en lo que nos ocurre a todos».

El personaje del papa Francisco atraviesa todo el libro como figura real y simbólica. ¿Cómo fue el proceso de construirlo literariamente sin caer en la beatificación o la caricatura?

Como todos los demás personajes de este libro —como todos los personajes de mis novelas sin ficción—, el papa Francisco es un personaje real, pero al mismo tiempo es el personaje de una novela. Es decir, yo intento entenderlo, como a los demás personajes, sin traicionar en lo más mínimo los detalles de su biografía, pero al mismo tiempo construyendo un personaje, tratando de penetrar en él, intentando describir todas sus complejidades y entresijos, interpretándolo narrativamente, en definitiva.

Quizá a las personas solo podamos captarlas en toda su complejidad si tratamos de captarlas narrativamente. Quizá mis novelas sin ficción tratan de hacer precisamente eso, con las personas, con la historia y con la realidad.

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Muchos lectores consideran que este es tu libro más espiritual. ¿Ha cambiado esta experiencia tu aproximación a la escritura?

¿Más espiritual? No lo sé: nunca he entendido muy bien esa palabra, o no sé muy bien a qué se refiere la gente con ella. De hecho, creo que muchos se refieren a cosas distintas cuando la usan. Si los lectores se refieren a asuntos religiosos, sí, es verdad, este es mi libro más espiritual: al fin y al cabo es el único libro en el que de momento he tratado esa clase de asuntos.

En todo caso, sí, este libro me ha cambiado por completo. Pero un libro que no te cambia por completo no puede ser un buen libro, porque escribir un libro es emprender una aventura —y una aventura que no te cambia no es una aventura—, y porque la literatura es antes que nada un placer, pero también es una forma de conocimiento, y un conocimiento que no te cambia no es conocimiento.

¿Ha cambiado este libro mi forma de escribir? Sí. ¿Cómo? La respuesta —la mejor respuesta, al menos— es el propio libro.

Has dicho en varias ocasiones que este libro fue también una forma de buscar sentido. ¿La escritura te ayuda a ordenar el mundo o es más bien una forma de sumergirse en su caos?

Ambas cosas: la escritura te sumerge en el caos del mundo y de los seres humanos, en su complejidad inacabable, laberíntica, y así te lleva al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo (por recordar el verso de Baudelaire), pero lo hace para intentar ordenar ese caos y darle un sentido o, al menos, una ilusión de sentido.

El desorden da miedo (o vértigo); en cambio, el sentido, o la ilusión de sentido, de algún modo consuelan. En esa encrucijada se dirime el destino de la literatura, entendida tal y como yo la entiendo: como un deporte de riesgo máximo, como un juego en el que uno se lo juega todo.

Ojalá el próximo sea el tuyo.

«El desorden da miedo (o vértigo); en cambio, el sentido, o la ilusión de sentido, de algún modo consuelan. En esa encrucijada se dirime el destino de la literatura, entendida tal y como yo la entiendo: como un deporte de riesgo máximo, como un juego en el que uno se lo juega todo».

En El loco de Dios en el fin del mundo, Javier Cercas convierte un viaje insólito en una reflexión profunda sobre la fe, la muerte, la escritura y el sentido de las cosas. Una obra que demuestra cómo, incluso desde la no ficción, la literatura puede abordar lo desconocido y transformar lo íntimo en universal.

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