Sònia Valiente es periodista, escritora y, sobre todo, una observadora inquieta del mundo contemporáneo. Autora de varios ensayos y obras de no ficción, en 2023 debuta en el terreno de la narrativa con Veintitrés fotografías (Plaza & Janés), y da el salto definitivo al thriller especulativo con El reloj del fin del mundo (Plaza & Janés, 2025), una novela absorbente que plantea una pregunta inquietante: «¿Cuánto estarías dispuesto a pagar por pasar una noche con alguien a quien no puedes olvidar?»

Ambientada en un pueblo de la España vaciada y con ecos a Black Mirror, la historia entrelaza deseo, poder, olvido y tecnología, mientras reflexiona sobre temas como la inteligencia artificial, el envejecimiento o el abandono rural. Una narración hipnótica que combina lo emocional con lo distópico y que confirma la voz literaria de una autora singular, formada en Cursiva.

Desde Revista Cursiva, conversamos con Sònia Valiente sobre cómo construyó esta novela, cómo se enfrenta a la escritura y la importancia de formarse como autora.

El reloj del fin del mundo es un thriller con ecos distópicos que plantea una pregunta provocadora y emocional. ¿Cómo nace esta historia y qué fue lo primero que tuviste claro: la idea, el escenario o la protagonista?

En mi caso, casi siempre es la idea la que me atraviesa. En el proceso creativo de El reloj del fin del mundo la pregunta fue: ¿qué pasaría si una mujer se citara con un desconocido y él no se presentara a la cita? Ese planteamiento lo situé en un marco, en un pueblecito ficticio de la España vaciada. Es curiosa la sinapsis de mi mente porque esta tríada (idea, escenario y protagonista) suele venir de la mano. La idea nace indisociablemente unida a una mujer, Lourdes Nadal, una funcionaria en proceso de reconstrucción y a un escenario asfixiante (un entorno rural) que ya de por sí presenta un conflicto.

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La novela combina una fuerte carga emocional con una estructura de suspense muy bien sostenida. ¿Cómo abordas la construcción de la trama para mantener ese ritmo y tensión?

Gracias por la apreciación. Sí, ese aspecto es de lo que más orgullosa estoy de la novela porque trabajar a fondo con los personajes hace que la trama fluya y eso funciona porque los protagonistas son creíbles, son personas como tú y como yo. Me gusta que los personajes tengan una sombra, que no sean perfectos. En el caso de Lourdes Nadal es una mujer anodina a la que jamás le ha pasado nada malo y, de repente, se ve inmersa en un lío monumental. Un vórtice de peligro que la acecha. Me gustaba mucho la idea de que no tuviera herramientas emocionales para defenderse, ni la pericia que les presuponemos a los héroes clásicos. Lu no es periodista, ni investigadora, ni sargento ni investigadora. Es una mujer que tramita ayudas europeas, traicionada por su marido. Y eso, de entrada, era un ingrediente que me daba mucho juego para su arco de transformación, que evoluciona en paralelo a la trama central.

«Hay mucho de personal y de emocional en las novelas de casi todos los autores que conozco. Cuando en los talleres de escritura decimos aquello de «escribe sobre lo que conoces» no nos referimos a que cuentes tu vida, sino que incorpores en la narración aquellos aspectos susceptibles de ser ficcionados porque son universales y conectan con los lectores».

Lourdes Nadal, la protagonista, es un personaje lleno de matices, fracturas y silencios. ¿Cómo trabajas la creación de personajes complejos? ¿Partes de una historia personal, de una emoción o de una idea?

Caray, ¡qué preguntas más difíciles! (Risas). Pues yo creo que un poco de todo. Hay mucho de personal y de emocional en las novelas de casi todos los autores que conozco. Cuando en los talleres de escritura decimos aquello de «escribe sobre lo que conoces» no nos referimos a que cuentes tu vida, sino que incorpores en la narración aquellos aspectos susceptibles de ser ficcionados porque son universales y conectan con los lectores. Por ejemplo, John Grisham no habría podido escribir «La tapadera» sino hubiera ejercido previamente como abogado o yo misma difícilmente escribiría sobre un futuro distópico si mi trabajo como periodista no estuviera condicionado por las energías renovables. Nuestra vida nos condiciona y nos marca como escritores. Por lo que respecta a la construcción de Lourdes Nadal me basé en una emoción: la del desamparo. Me servía para empatizar el lector porque todos nos hemos sentido vulnerables alguna vez.

El reloj del fin del mundo, Sonia Valiente

«Un thriller inteligente y adictivo». Santiago Díaz

Tras el éxito de Veintitrés fotografías, Sònia Valiente regresa con El reloj del fin del mundo, un thriller original e hipnótico que arrastra al lector a las profundidades del deseo, el poder y el olvido.

Ante la inminente inauguración de El Reloj del Fin del Mundo, la aparición de un cadáver en las inmediaciones de la Laguna Negra rompe con la tranquilidad de Sotillo de Duero. Y también con los planes de Lourdes Nadal, una funcionaria en proceso de reconstrucción que se ha citado con un hombre del que no conoce ni su nombre, ni su cara ni su voz. En el último minuto, el desconocido no se presenta en el lugar acordado. Desconcertada, Lourdes atribuye el desplante de su amante al revuelo mediático por la muerte del chico que la prensa bautiza como El Caso Dorado. Pero el vórtice de peligro e intriga que rodea a Lourdes no ha hecho más que comenzar cuando el cuerpo del joven, la instalación de El Reloj del Fin del Mundo y la evaporación del hombre misterioso convergen del modo más inesperado.

¿Cómo es tu proceso de escritura? ¿Eres de las que planifican a fondo o prefieres dejarte llevar por la intuición y descubrir la historia a medida que escribes?

¿Que si soy de brújula o de mapa? (Risas). Pues he de decir que me he cambiado de bando últimamente y soy más de mapa. Los autores también crecemos durante el proceso de escritura y he descubierto muchas cosas acerca de mí misma. Odio planificar, soy una persona muy inquieta y en cuanto tengo la idea, me quema en las manos. Escribir es un proceso muy intrusivo y los personajes no me dejan en paz, pero he comprobado que, si invierto al menos tres meses en crear y escaletar una buena trama, después disfruto mucho más del proceso de escritura porque elimino mucha incertidumbre. Todo dependerá del tipo de género y de cada autor. No es lo mismo enfrentarte al folio en blanco para escribir relato, histórica, fantasía o autoficción. A mí este sistema me funciona para el thriller para ordenar las diversas tramas y subtramas y medir bien los puntos de giro. Lo cual no quiere decir que no deje un margen para que mis personajes hagan de las suyas siempre que sean coherentes con el universo que creado para ellos.

«Odio planificar, soy una persona muy inquieta y en cuanto tengo la idea, me quema en las manos».

Uno de los temas centrales de la novela es el papel de la tecnología en nuestras emociones: cómo impacta en el deseo, la pérdida, incluso en la identidad. ¿Qué te interesa especialmente de esta tensión entre lo humano y lo artificial?

Me interesaba mucho el poder. El hecho de poder doblegar al olvido, que alguien pudiera pagar por un servicio terrible: traerte a esa persona de la que no te puedes olvidar. Volvemos otra vez al tema de la universalidad, creo que todos tenemos un Puente de Madison, una persona que no podemos olvidar y las redes sociales nos han convertido en stalkers profesionales de la vida de los otros.

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Has sido alumna de los cursos de escritura de Cursiva. ¿Qué herramientas o enfoques has adquirido a través de tu formación y te han ayudado al construir tus novelas?

He realizado tres cursos de Cursiva: uno de escritura creativa con Rosa Montero, otro de estructura y otro de cómo presentar el manuscrito a un editor y los tres me han ayudado muchísimo. Cuando realicé el de Rosa en julio de 2021 fue cómo si me graduaran la vista, como si me pusieran gafas; descubrir que había un método, una recepta para canalizar toda esta creatividad que me atenazaba y que no sabía cómo organizar fue un regalo. En agosto de ese mismo año me puse a escribir el borrador de lo que sería Veintitrés fotografías, mi primera novela con Plaza & Janés. Desde entonces el geiser de palabras que tengo en la barriga no ha dejado de manar, es lo que Isabel Allende define como «la semilla en la panza». Los cursos de escritura sirven para hacernos sentir capaces, sentir que podemos, y eso es el cincuenta por ciento de la creación literaria; el resto es perseverancia, constancia y talento. Como dice Stephen King es su celebérrimo Mientras escribo, los autores buscamos validación externa, que alguien confíe en nosotros como creadores, que en definitiva nos dé «permiso». Escuela Cursiva nos brinda esa licencia para escribir, ese permiso para buscar nuestra voz.

«Cuando realicé el curso de escritura fue cómo si me graduaran la vista, como si me pusieran gafas; descubrir que había un método, una recepta para canalizar toda esta creatividad que me atenazaba y que no sabía cómo organizar fue un regalo».

¿Qué consejo le darías a alguien que quiere empezar a escribir una novela, pero no sabe por dónde comenzar ni cómo ordenar todas las ideas que tiene en la cabeza?

Yo le diría a que comience a escribir de una vez. Le propondría un juego como este: Piensa una idea. Apúntala. Sal a pasear y observa. Recupera la magia del asombro, apaga el móvil y permítete aburrirte. Sé curioso, pregúntate: ¿qué pasaría sí? Interroga a los personajes como si fueran una persona. ¿Quiénes son? ¿Tienen pareja? ¿A qué se dedican? ¿Qué guardan en el bolso? ¿Qué es lo que anhelan? ¿Por qué hacen lo que hacen? Si enfocas tu energía en esa idea que no te atreves a contarle a nadie germinará. No te resignes a enterrarla en el fondo de las obligaciones diarias. Sácala a la luz y régala. Conozco pocas sensaciones tan placenteras como crear algo de la nada y después compartirlo con los lectores. Nos vemos en los libros.

Ojalá el próximo sea el tuyo.

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